Hay gente que siempre habla de sí misma y otra gente que
siempre escucha a los demás.
Es de suponer que los que siempre escuchan a los demás,
deben de tener muchas cosas que contar, pero no siempre es así.
Esta historia es sobre una chica que de tanto escuchar se le
había olvidado hablar y de tanto oír historias se le habían olvidado todas.
Ella soñaba con ser escritora, pero cada vez que intentaba escribir un cuento o
alguna mezcla de todas esas historias que había escuchado, tan sólo era capaz
de escribir aquello que veía y sentía en ese momento…
Su frustración crecía y crecía cada vez más hasta el punto
de que dejó de relacionarse con los demás, de escuchar aquello que le tenían
que contar. ¿Por qué se había olvidado de todo? ¿Por qué no podía escribir todo
aquello que había oído? ¿Qué le pasaba en su cabeza? Ya no sabía qué hacer,
sólo pensaba y pensaba en solitario sin llegar a ninguna conclusión.
Un día iba ensimismada y ausente, cuando una anciana, con la
que siempre conversaba, se extrañó de su nueva actitud y le preguntó qué le
ocurría y por qué no quería ya escuchar sus historias. La chica no pudo más y
explotó y le explicó a la anciana todo lo que pasaba por su cabeza y cual fue
su sorpresa cuando la anciana echo a reír…
La chica ya no sabía dónde meterse cuando la anciana contuvo
la risa y le explicó qué había que hacer para poder contar historias: vivirlas.
“ Por mucho que pienses y sientas, sino vives no serás capaz de narrar”, le
dijo la anciana.
Y, así fue cómo la chica que no sabía contar historias,
aprendió a narrar; con mucho esfuerzo, ya que si difícil es saber escuchar, más
difícil es hacerte escuchar cuando nunca lo has conseguido
Por esta razón, hoy en día, puedes encontrar todo tipo de animales leyendo las bellas historias de aquella chica.
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