Jordi vivía en una
especie de laberinto bajo tierra. Era un espacio lleno de recovecos, con mesas,
sillas y estanterías por todas partes. Había puertas que se abrían y se
cerraban y plantas subterráneas que crecían por todas partes. Él no sabía
porqué estaba allí, nadie le había preguntado, nadie hablaba con él. Siempre
estaba triste, ya que la mayor parte del tiempo estaba muy solo.
De vez en cuando entraba gente que también andaba desorientada
y perdida y Jordi se emocionaba mucho. Normalmente se emocionaba tanto que
tiraba fuego por la boca y la gente huía asustada, despavorida. Si, Jordi era
un dragón, un dragón azul, precioso y con ganas de jugar, pero nadie quería
jugar con él.
De repente un día llegó una chica y se emocionó tanto como
Jordi cuando lo vio delante suya entre un montón de mesas desordenadas y fue a
abrazar su cola puntiaguda. Jordi no cabía en sí de alegría ni la chica
tampoco. Se pusieron a hablar como si fueran amigos de toda la vida, Jordi
quería saber todo lo que pasaba fuera de ese laberinto y la chica todo lo que
pasaba fuera. Así que, al final , tras largas horas de conversación decidieron
que juntos investigarían el laberinto para encontrar la salida.
Jordi nunca había salido mucho de su rincón en el laberinto
y alucinó tanto como la chica de lo maravilloso que era. Había lugares en los
que los techos eran tan altos que no se veía y había unas plantas brillantes
que hacían que pareciera de día… había habitaciones mágicas con puertas que
llevaban a ningún lugar y espejos que te convertían en la princesa más bella
del mundo y en el dragón más apuesto del universo.
Paseando juntos conocieron a más seres maravillosos y todos
coincidían con Jordi en que nunca nadie había querido hablar con ellos y que
todo el mundo quería huir de aquel lugar, pero ellos no lo entendían y menos aún conforme iban explorando
aquel lugar de ensueño.
Muchos personajes se unieron a Jordi y a la chica y todos
coincidieron en que no querían irse de aquel lugar, pero tampoco querían
permanecer en los pequeños espacios en los que siempre habían habitado. Y, así,
se formó la, cada vez más grande, familia del laberinto subterráneo y cada vez
fueron descubriendo más cosas y construyendo más aún y todos encontraron su
lugar, junto.
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