La
mujer no es nada. Es un ente sin voluntad, situado por debajo del hombre. O al
menos son muchas las mujeres que se han sentido así alguna vez. Por el
contrario, la mujer es también esperanza e ilusión. Ahogándose, bajo un mar de
dominio masculino, la mujer nada para alcanzar la superficie. La mujer es lucha
y ansia de libertad.
En ningún
sitio es tan clara esta dicotomía como en la sociedad musulmana. Donde las
mujeres están controladas por los hombres, privadas de las libertades más básicas
-como la libertad de expresión-, encontramos una serie de artistas que durante
las últimas décadas han tratado de cambiar la realidad.
1. Shirin Neshat. Soliloquy, pantalla izquierda, 1999. Video instalación. |
La
mayoría de estas artistas viven entre Oriente y Occidente: dos culturas muy
diferentes que tradicionalmente han jugado a juzgarse; sociedades que utilizan
la religión cómo arma política. Aunque nos pueda parecer que las mujeres
musulmanas aspiran a ser como las occidentales, lo cierto es que la mayor parte
de las feministas rechazan el uso del cuerpo femenino como objeto sexual que se
da en nuestra sociedad. Sí desean, por supuesto, alcanzar la igualdad con el
hombre en cuanto a oportunidades y derechos. Una opinión pública favorable a la
mujer, la unidad entre tradición y modernidad y que las diferencias de religión
o procedencia no sean un problema social son algunos de los cambios que buscan
en la sociedad musulmana. Shirin Neshat (Irán,
1957) nos muestra en Soliloquy
(“soliloquio”, imágenes 1 y 2) -una película en dos partes rodada en Turquía y
EE.UU.- las diferencias entre estas dos culturas. Desde su propia experiencia,
mediante imágenes de actividades cotidianas, marcadas por los roles impuestos
para cada género, nos hace reflexionar y sentir.
2. Shirin Neshat. Soliloquy, pantalla derecha, 1999. Video instalación. |
Pero,
¿qué son los roles cotidianos? No son otra cosa que las funciones que la
sociedad nos impone día a día. Para sentirse parte de un todo, para no ser
visto como una oveja negra e incluso rechazado, uno tiene que seguir las reglas
del grupo, que varían en función de la edad, el sexo o la cultura. En el caso
de las mujeres musulmanas, deben convertirse en el centro de la institución
familiar, donde permanecerán encerradas y controladas para no alterar los
razonamientos masculinos. Confinadas en el hogar, se dedican a las tareas
domésticas. Se les considera como menores de edad, estando supeditadas a la
autorización del cabeza de familia – padre, marido o hermano- para hacer casi
cualquier cosa. Cuando contrajo matrimonio, Shadi Ghadirian (Irán, 1974) cayó en la cuenta de esta situación.
De ahí surgió la serie de fotografías Like
every day (“como cada día”, imágenes 3, 4 y 5), que muestran a una mujer
que viste algo parecido al Chador tradicional iraní.
Su rostro no es visible, siendo sustituido por objetos de la vida diaria tradicionalmente
asociados al deber femenino doméstico. Con ello pretende generar conciencia y
mostrar de una manera crítica el papel del sexo femenino en el hogar.
3, 4 y 5 Shadi Ghadirian. Like EveryDay, 2000. Serie fotografías. |
Y es que los
espacios privados pertenecen a las mujeres. Se dedican a las tareas del hogar,
están apresadas en su rutina diaria desde hace siglos y se sienten confundidas cuando
entran en contacto con los cambios actuales. Imaginad una habitación: con su
mesa, sus sillas, un par de catres, utensilios domésticos metálicos… Todo ello
conectado a una corriente eléctrica de 240 V y rodeado por una valla de
alambre. Pues eso mismo llevó a cabo la artista Mona Hatoum (Líbano, 1952) en la instalación Homebound (“encerrada en casa”, imagen 6). Con una casa convertida
en cárcel, pretendía transmitir al público la sensación que muchas mujeres
tienen en su propio hogar; ese único lugar en el que pueden ser ellas mismas.
6 Mona Hatoum. Homebound, 2000. Instalación. |
7 Ghada Amer. Eight Women in Black & White. 2004. Pintura acrílica y bordado |
Todas estas
mujeres tienen una cosa en común: mediante la búsqueda de su identidad (de esa
imagen propia que les ha sido robada y manipulada), luchan contra los
prejuicios establecidos, contra las diferencias sociales en general, y sexuales
en particular. Reivindican, entre otras cosas, su libertad. En ellas vemos la
voluntad del individuo para luchar por un mundo sin encierros, sin
sometimientos y sin castigos; un mundo donde sean valoradas por sí mismas.
¿Somos tan
diferentes en Oriente y Occidente? No lo creo. Las mujeres seguimos relegadas
en muchas culturas -de una forma u otra-, pero en todas hay mujeres que luchan
por conseguir cambios. En este mar que es el mundo hay quienes nadan para
intentar alcanzar la superficie, para que se les deje de ver como a la Nada.
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