13 may 2014

Mujer, ¡nada!

            La mujer no es nada. Es un ente sin voluntad, situado por debajo del hombre. O al menos son muchas las mujeres que se han sentido así alguna vez. Por el contrario, la mujer es también esperanza e ilusión. Ahogándose, bajo un mar de dominio masculino, la mujer nada para alcanzar la superficie. La mujer es lucha y ansia de libertad.

En ningún sitio es tan clara esta dicotomía como en la sociedad musulmana. Donde las mujeres están controladas por los hombres, privadas de las libertades más básicas -como la libertad de expresión-, encontramos una serie de artistas que durante las últimas décadas han tratado de cambiar la realidad.
1Shirin Neshat. Soliloquy, pantalla izquierda, 1999. Video instalación.
La mayoría de estas artistas viven entre Oriente y Occidente: dos culturas muy diferentes que tradicionalmente han jugado a juzgarse; sociedades que utilizan la religión cómo arma política. Aunque nos pueda parecer que las mujeres musulmanas aspiran a ser como las occidentales, lo cierto es que la mayor parte de las feministas rechazan el uso del cuerpo femenino como objeto sexual que se da en nuestra sociedad. Sí desean, por supuesto, alcanzar la igualdad con el hombre en cuanto a oportunidades y derechos. Una opinión pública favorable a la mujer, la unidad entre tradición y modernidad y que las diferencias de religión o procedencia no sean un problema social son algunos de los cambios que buscan en la sociedad musulmana. Shirin Neshat (Irán, 1957) nos muestra en Soliloquy (“soliloquio”, imágenes 1 y 2) -una película en dos partes rodada en Turquía y EE.UU.- las diferencias entre estas dos culturas. Desde su propia experiencia, mediante imágenes de actividades cotidianas, marcadas por los roles impuestos para cada género, nos hace reflexionar y sentir.
2. Shirin Neshat. Soliloquy, pantalla derecha, 1999.
Video instalación.
            
Pero, ¿qué son los roles cotidianos? No son otra cosa que las funciones que la sociedad nos impone día a día. Para sentirse parte de un todo, para no ser visto como una oveja negra e incluso rechazado, uno tiene que seguir las reglas del grupo, que varían en función de la edad, el sexo o la cultura. En el caso de las mujeres musulmanas, deben convertirse en el centro de la institución familiar, donde permanecerán encerradas y controladas para no alterar los razonamientos masculinos. Confinadas en el hogar, se dedican a las tareas domésticas. Se les considera como menores de edad, estando supeditadas a la autorización del cabeza de familia – padre, marido o hermano- para hacer casi cualquier cosa. Cuando contrajo matrimonio, Shadi Ghadirian (Irán, 1974) cayó en la cuenta de esta situación. De ahí surgió la serie de fotografías Like every day (“como cada día”, imágenes 3, 4 y 5), que muestran a una mujer que viste algo parecido al Chador tradicional iraní. Su rostro no es visible, siendo sustituido por objetos de la vida diaria tradicionalmente asociados al deber femenino doméstico. Con ello pretende generar conciencia y mostrar de una manera crítica el papel del sexo femenino en el hogar.


3, 4 y 5 Shadi Ghadirian. Like EveryDay, 2000. Serie fotografías.
Y es que los espacios privados pertenecen a las mujeres. Se dedican a las tareas del hogar, están apresadas en su rutina diaria desde hace siglos y se sienten confundidas cuando entran en contacto con los cambios actuales. Imaginad una habitación: con su mesa, sus sillas, un par de catres, utensilios domésticos metálicos… Todo ello conectado a una corriente eléctrica de 240 V y rodeado por una valla de alambre. Pues eso mismo llevó a cabo la artista Mona Hatoum (Líbano, 1952) en la instalación Homebound (“encerrada en casa”, imagen 6). Con una casa convertida en cárcel, pretendía transmitir al público la sensación que muchas mujeres tienen en su propio hogar; ese único lugar en el que pueden ser ellas mismas.

6 Mona Hatoum. Homebound, 2000. Instalación.


7 Ghada Amer. Eight Women in Black & White. 2004.
Pintura acrílica y bordado
¿Pero pueden las mujeres sentirse ellas mismas en alguna sociedad? En la occidental, desde luego, no siempre. Durante siglos el cuerpo de la mujer ha ido asociado al pecado, ha sido considerado un tabú. Ahora, sin embargo, el cuerpo femenino se utiliza como atractivo: la publicidad está plagada de imágenes sugerentes que invitan a los hombres a comprar productos o servicios. Ghada Amer (Egipto, 1963) se basa en imágenes de revistas eróticas para hombres para realizar sus pinturas bordadas, como Eight Women in Black & White (”ocho mujeres en blanco y negro”, imagen 7). Con esta técnica tradicional del bordado, habla de la necesidad de modernidad, reivindicando el derecho de la mujer de buscar (y encontrar) lo que denomina el "autoplacer": el disfrute de su sexualidad. Solo mediante la ruptura de los múltiples tabúes que condicionan la vida de las mujeres de todo el mundo (el engaño que supone el amor romántico, el rol del ama de casa, la vergüenza por el deseo sexual…) se podrá construir una sociedad verdaderamente igualitaria.


Todas estas mujeres tienen una cosa en común: mediante la búsqueda de su identidad (de esa imagen propia que les ha sido robada y manipulada), luchan contra los prejuicios establecidos, contra las diferencias sociales en general, y sexuales en particular. Reivindican, entre otras cosas, su libertad. En ellas vemos la voluntad del individuo para luchar por un mundo sin encierros, sin sometimientos y sin castigos; un mundo donde sean valoradas por sí mismas.
¿Somos tan diferentes en Oriente y Occidente? No lo creo. Las mujeres seguimos relegadas en muchas culturas -de una forma u otra-, pero en todas hay mujeres que luchan por conseguir cambios. En este mar que es el mundo hay quienes nadan para intentar alcanzar la superficie, para que se les deje de ver como a la Nada.



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